Cuando Mijail Gorbachov asumió en 1985 como secretario general del Comité Central del Partido Comunista de la Unión Soviética, el modelo económico y político de la URSS se encontraba agotado. Según el militar e historiador Dimitri Volkogonov, “su mayor contribución es haber captado la profunda necesidad del cambio”. El cambio, se sabe, se le fue de las manos y terminó -en palabras de Volkogonov- “en la total desintegración del sistema comunista”.
Fue un proceso complejo, pero una situación común lo atraviesa: la presión ideológica del contexto determinó que Gorvachov no pudiera llamar a las cosas por su nombre. Ni en general (la “perestroika” era un “programa de reformas”, pero ese eufemismo traficaba a descentralización de decisiones políticas y económicas, mayor apertura comercial, modernización empresaria sobre la base de cambios tecnológicos, nueva política externa y un cambio de régimen con notas de las democracias occidentales). Ni en particular (como “empresa” era mala palabra se siguió hablando de “cooperativas”; como “Pyme” era una blasfemia se dictó una Ley de Actividades Individuales). No se podía hablar de apertura política ni de libertad de expresión: se dijo “glasnost”. Pero cayó la productividad de las empresas por el tiempo dedicado por los rusos a la lectura de diarios, al seguimiento de programas de televisión y al debate político ciudadano. El monopolio del PC terminó en febrero de 1990.
No se trataba de una cuestión de semánticas. No importa cómo Gorbachov designara su programa: el pueblo sabía a qué se enfrentaba. En todo caso, el problema era del líder: no podía explicar acabadamente cuál era el verdadero contenido de su propuesta. Por ende, tampoco hablar de los beneficios que traería. El final, en 1991, fue el colapso.
Entrampados entre lo ideológico y el pragmatismoTres décadas después, y aunque los escenarios son incomparables, hay elementos en la coyuntura política y económica de la Argentina que presentan características similares. El déficit público inacabable derivado de un Estado subsidiador, la sobreemisión monetaria que esas cuentas en “rojo” demandan, la inflación que es consecuencia del exceso de pesos circulando y de la crónica falta de dólares en las reservas, son tres síntomas que hablan de un agotamiento del “modelo” kirchnerista. O, si se prefiere, del modelo del peronismo del siglo XXI. Ahora bien, frente a esta situación, el oficialismo, ¿no puede hablar de “ajuste”?
Historia reciente
Las limitaciones que las ideas políticas ejercen sobre las necesidades económicas no son nuevas ni estériles en la política argentina. En una entrevista notable que el columnista de La Nación Joaquín Morales Solá le realizó a Carlos “Chacho” Alvarez tras el fracaso de la Alianza (él había renunciado como Vicepresidente el 6 de octubre de 2000 y el Gobierno cayó en diciembre de 2001), quien fuera uno de los fundadores del Frepaso dio testimonio de cómo esta cuestión operaba dentro de la Unión Cívica Radical. En el libro Sin excusas, que reproduce aquel diálogo periodístico, da cuenta de que los técnicos y los principales referentes del Frente País Solidario le planteaban a sus pares de la UCR que era indispensable abandonar la “Convertibilidad” de manera ordenada, porque ese modelo estaba agotado. La paridad “1 peso – 1 dólar” hacía que la moneda argentina fuera cara incluso para los argentinos. A modo de ejemplo, un kilo de azúcar tucumana costaba, en góndola de supermercado, 1 peso, es decir, un dólar. Un kilo de azúcar de Brasil costaba 1 real, que equivalían a 30 centavos de dólar. Sin embargo, asevera “Chacho”, la respuesta de los “correligionarios” era unívoca: después de la hiperinflación que liquidó la presidencia de Raúl Alfonsín, lo único que un gobierno radical no podía hacer era devaluar (“otra vez”) la moneda de los argentinos. El resultado fue el colapso.
Como si se tratase de una espiral de silencios, los radicales primero dejaron de hablar de “devaluar” y después, directamente, dejaron de “pensar” en ello en términos políticos. Y desde Parménides de Elea para aquí (como enseñaba Manuel García Morente en sus “Lecciones preliminares de Filosofía”), lo que no se puede pensar no puede existir.
¿Le pasa lo mismo al peronismo del siglo XXI después de la experiencia neoliberal de la década de 1990, durante las dos presidencias de Carlos Menem? El analista político y conductor de “Odisea Argentina”, Carlos Pagni, precisa en la entrevista publicada ayer en LA GACETA que a diferencia de lo que hicieron los gobiernos moderados de Chile o los gobiernos populistas de Evo Morales en Bolivia durante el ciclo de bonanza internacional de 2003-2013, el kirchnerismo sólo se abocó a la expansión de los gastos públicos corrientes. ¿No era posible pensar, siquiera, en “contener” el gasto?
Presente histórico
Ahora, durante el cuarto gobierno kirchnerista, sí hay “ajuste” en plena gestión peronista del siglo XXI. Pero con dos particularidades. La primera es que tuvieron que convocar a un “socio externo” para concretarlo. La segunda es que él tampoco puede (o tampoco debe) hablar de “ajuste”, “achique” o “contención” del gasto. Ni ningún eufemismo que se le parezca.
El pasado miércoles 3, luego de asumir como ministro de Economía de la Nación (en una cartera que ahora además reúne las competencias de los anteriores ministerios de Producción y de Agricultura), Sergio Massa (líder del Frente Renovador y hasta entonces presidente de la Cámara de Diputados) dio su primera conferencia de prensa y anunció que las primeras medidas de su gestión se vertebrarían sobre cuatro ejes: orden fiscal, superávit comercial, fortalecimiento de las reservas y desarrollo con inclusión.
Luego se conoció el contenido de algunas de esas medidas: un ajuste que consiste en un recorte de $ 70.000 millones para el Ministerio de Educación, de $ 50.000 millones para el Plan Procrear, de $ 70.000 millones para Producción, de $ 10.000 millones para Salud. A la par, un recorte de subsidios del 100% para los sectores altos (cualquier hogar donde los ingresos superen los $ 390.000 mensuales) y con un tope de subsidio de energía de hasta 400 kw/h por mes para los sectores medios (cualquier hogar con ingresos por debajo de los $ 390.000 mensuales y por arriba de los $ 111.000 al mes). Esta última medida llega luego de que se concedieran aumentos de tarifas de energía eléctrica durante el año. En el caso de Tucumán, un 33% en tres tramos (mayo, junio y agosto) en el caso de la “distribución” (es el servicio que brinda EDET); y un 26% para el “abastecimiento” (el costo de la energía) en junio (es la prestación que brinda Camesa, la empresa que vende energía como mayorista).
Un término reticente en el discurso políticoEso sí, en lo referido a “cinchar” al sector privado, Massa tampoco habló de “ajuste”. Y, al igual que en el caso del sector público, prefirió otra semántica. “Tarifas justas” y “redistribución de subsidios”, se llamó a la concesión de aumentos y a la restricción de ayuda estatal.
Historias antiguas
Las medidas de Massa, considerando las infartadas variables de la macroeconomía argentina (inflación con proyección anua cercana a los tres dígitos, cotización del dólar alrededor de los $ 300, escasez de reservas…), no sólo resultan necesarias sino que se tornan indispensables. Sin embargo, como no puede hablar del “ajuste”, tampoco puede justificarlo (a pesar de que le sobran los fundamentos). Y como no puede explicar las razones de sus medidas, las decisiones económicas siembran desconcierto político, porque la sociedad en su conjunto, y dentro de ella los seguidores del oficialismo, sienten en el bolsillo el innominado ajuste. ¿No era que aumentar tarifas y retirar subsidios era cosa del “macrismo” y era “cosa mala”? ¿Nos volvimos macristas? ¿O el macrismo tenía razón? Y si tenía razón, ¿el “modelo” del kirchnerismo estaba equivocado?
Impedido por las presiones ideológicas del contexto, al Gobierno que no puede llamar “ajuste” al ajuste que concreta, la propia política se le va de las manos.
En el más perfecto de los mundos posibles para la tradición judeo-cristiana, el Paraíso, la tarea primera del hombre es llamar a las cosas por su nombre. “Entonces el Señor Dios formó de la tierra todos los animales salvajes y todas las aves del cielo. Los puso frente al hombre para ver cómo los llamaría, y el hombre escogió un nombre para cada uno de ellos. Puso nombre a todos los animales domésticos, a todas las aves del cielo y a todos los animales salvajes”, dice el libro del Génesis en su capítulo 2, desde el versículo 18 al 20.
La Argentina del Gobierno que no puede “nombrar” lo que hace es, según Pagni, todo lo contrario. “Es el peor de los mundos: tengo que hacer un ajuste y no tengo derecho a hacer algo con lo que te va a ir bien”.